Wiener o los juegos del ser

Para Gabriela Wiener (Lima, 1975) la crónica es una experiencia de vida: un laboratorio de exploración, un método científico aplicado a hechos personales. Para esta profesional peruana la indagación periodística, el acercamiento a un tema, es un cuestionamiento y exige un contacto directo con el fenómeno que debe investigar. Empezó su carrera en Lima a partir de observaciones de sectores marginales y su bautizo cronístico lo hace en la prestigiosa revista Etiqueta Negra.

Gabriela Wiener ha publicado los libros Sexografías (2008), Nueve lunas (2009) y Mozart, la iguana con priapismo y otras historias (Sigueleyendo, 2012) y Kit de supervivencia para el fin del mundo (2012). También ha incursionado en la poesía con Ejercicios para el endurecimiento del espíritu (2014). Su más reciente libro, Dicen de mí (2017), es una recopilación de entrevistas realizadas a personas que conocen a la autora. Digamos que esto de la autoexploración se le da a gusto.

Vamos por partes. Sexografías (2008) reúne una serie de trabajos divididos en tres secciones: Otros cuerpos, Sin cuerpo y Mi cuerpo. Wiener ejerce también el periodismo gonzo, práctica nacida en los años cincuenta a partir de la propuesta del estadounidense Hunter S. Thompson, quien la defiende como una forma de narrar el periodismo en primera persona y vincularse con las acciones que se relatan. El ‘gonzo’ va un poco más allá que el Nuevo Periodismo de los sesenta, pues documenta las experiencias del periodista con las drogas, el sexo y el rock & roll «como una forma de ilustrar las convulsiones sociales de nuestro tiempo», como precisa la escritora y periodista Helen Benedict, profesora en la Universidad de Columbia.

Desde esa vital proximidad de la autora con su texto hay una consciente elección por repensar lo femenino desde un cuerpo femenino. En sus historias salen al paso temas como la pornografía, la maternidad, la sexualidad, la prostitución, la muerte y la enfermedad. Lo que importa es la voz de la autora que siempre encuentra un matiz de reflexión y muestra la intención de plantear un cuestionamiento.

Otros cuerpos

En las crónicas de Wiener, narrar en primera persona es un acierto. De este modo, el resultado es una extraordinaria proximidad con la cosa narrada, es habitar el texto y hacerlo latir con la intensidad a la que nos ha acostumbrado la ficción, es dotarlo de pensamiento y agonía. Todo esto sin interferir con los testimonios del protagonista. La escritora peruana arma una escena: personajes, espacios, acciones y construye una visión directa y contundente. Wiener llega al texto que narra como quien se dedica a explorar un territorio indescifrable, pero con la fe segura en el código escrito, y así permite el primer acercamiento a su mundo narrativo a base de exploraciones minuciosas de realidades sórdidas y marginales.

Así, ‘Gurú & familia. Los Badani: Un esposo y seis personas (y todos felices)’ es la crónica de Ricardo Ruiloba Badani, un gurú del sexo que tiene ese número de esposas. La historia cuenta cómo este hombre peruano descubrió en el tantrismo un fin para su vida, que tal vez es una de las doctrinas más cómodas para tener un matrimonio poligámico.

El texto de Wiener produce sorpresa al mostrar cómo un sistema patriarcal funciona dentro de una casa donde cada esposa tiene designado un día libre a la semana en el cual también duerme con el esposo. Allí —cuenta Wiener— todo es armonía, todas colaboran como en una hermandad, sin mezquindades y sin celos entre ellas. Cada una es especial para el gurú:

Ellas siempre están pendientes de sus necesidades como siervas abnegadas, esclavas que aseguran sentirse libres como pájaros. La esclava y el paladín, esa es su definición ideal de pareja. Ellas pasan a ser parte de él y se juega la vida por ellas. Parece una reciclada pero revolucionaria fórmula para ser feliz. (2012)

La cronista —a modo de confidencia— comenta los esfuerzos que le permitieron ingresar al mundo íntimo del gurú, la auténtica ‘intromisión’ de Wiener en su casa, y relata su primer contacto con este patriarca en la tienda de lencería y ropa sexy que posee en Miraflores:

Si hasta entonces había sido la perseguidora y ellos los escurridizos, la historia estaba a punto de cambiar. Llamé el día acordado a la tienda y me contestó una de sus esposas. Era Mara Abovich, una rubia alta que se acomoda su esponjosa y pesada cabellera a un lado del cuello. Es la encargada de avisarme que Badani me invita a su casa de martes a jueves. La oferta consiste en pasar dos noches con el gurú del sexo y seis esposas en un lugar no precisado de Lima. (2012)

Hay detalles que a Wiener le gusta explotar, por ejemplo, se lee entre líneas que este personaje exige a sus mujeres una tácita obediencia, un servilismo natural en el cual ni una de ellas protesta. Ellas parecen estar a gusto, pero la cronista sabe que para comprobarlo debe estar en el lugar de los hechos: «Badani es el único responsable del barco (…) es el único que tiene voz y voto. Yo sólo espero que me permita recuperar mi voz». Y como voz se entiende su ojo agudo, su incesante manía de repreguntar lo que observa y lo que percibe en los actuantes de ese teatro ocasional:

Esta noche, para no desentonar, llego en faldas a su tienda. «Badani instrumentos de seducción», se lee en las etiquetas de su ropa. Badani me dijo que sus mujeres no llevaban pantalones. También que iban totalmente depiladas, pero a tanto no llegué. Mara, su sexta esposa, cargaba varias bolsas del supermercado donde iban las salchichas italianas y otros pedidos expresos de Badani.

¿Y para qué esta historia? Wiener revela en el texto una pugna entre lo políticamente aceptado: monogamia —orden frente a otra realidad que también existe y que es practicada por Badani y su mundo tántrico: poligamia = igualdad, en la que ha instalado otra clase de estructura—. Su intromisión está cargada de un giro a los valores que las sociedades convencionales exigen a sus ciudadanos: con este grupo funciona otra organización, en él se multiplica un ordenamiento familiar que Occidente no acepta y declara ilegal, pero que esta realidad parece negar y poner en jaque:

Les echo un vistazo: todas tienen más de treinta años y llevan ropa de colores estridentes, pero elegantes a su manera. Siento que asumen mi invasión con sabiduría. De hecho, si algo han aprendido durante el tiempo de su convivencia, es tolerancia hacia otras mujeres (2012).

De eso se trata la crónica de Wiener. Pega un puñetazo en la frente del lector, detiene, advierte, hace mirar hacia otro lado.

 

El sexo es un mundo

Hablar de sexo puede pasar por una elección fácil y repetida. Sin embargo, la mirada de Wiener siempre encuentra un motivo novedoso y un ingenio particular que enfrenta a los receptores a otras realidades muchas veces inesperadas. La diversidad sexual le abre de forma generosa las posibilidades de un amplio abanico temático dentro de sus márgenes.

Acaso la crónica titulada ‘Trans’ es un acierto de por sí en el sentido de que del hallazgo de los personajes deriva la riqueza de una historia que se anuncia en la primera línea: «Él pensaba que él era un chico y ella pensaba que él era una chica». No se trata solamente de los clásicos sujetos atrapados en los cuerpos que no les corresponden sino de una pareja de solitarios que une su lucha contra la sociedad, una sociedad donde es posible que «un cuerpo de vigilancia del municipio de Lima, (suelta) a sus perros y (reparte) palos y gases lacrimógenos contra transexuales» (Wiener, 2012). Amelia y Melvin no son solo un hombre y una mujer con trajes cambiados, sino una pareja que se ama y que ha procreado una hija. Se puede leer a Wiener desde conceptos y nociones que están tratados por la academia y en espacios asignados para la teorización. Pensando el género, Judith Butler sostiene:

El género, al ser instituido por la estilización del cuerpo, debe ser entendido como la manera mundana en que los gestos corporales, los movimientos y las normas de todo tipo constituyen la ilusión de un yo generalizado permanentemente. Esta formulación desplaza el concepto de género más allá del terreno de un modelo sustancial de identidad, hacia uno que requiere una conceptualización de temporalidad social constituida (Butler, 1990).

Amelia y Melvin son mostrados desde el comienzo de su historia, dentro de su cotidianidad de roles cambiados en la medida que usan libremente la lengua y los cuerpos (él es ella; ella es él): «Se tomará entonces el género como un estilo corporal, por ejemplo, un ‘acto’ que fuera a la vez intencional y performativo, donde performativo tiene el doble sentido de ‘dramático’ y de ‘no–referencial’» (Butler, 1990).

Y a estos actos performativos son los que la crónica de Wiener sigue el rastro. Su testimonio viene apoyado por una reflexión sobre dos seres humanos que han elegido desde ropas distintas hasta espacios de circulación inhabituales, que han intercambiado sus nociones de masculinidad y feminidad: «Su palabra de hombre no valía nada. Una pareja de chico gay tuvo sexo heterosexual. A Amelia se le olvidó que Melvin era un hombre con un cuerpo de mujer. Y por eso le gustó. Un año después nació Valery» (Wiener, 2012).

Wiener acerca nuevamente la mirada a esas posibilidades que en la ‘normatividad’ no son posibles y por eso están invisibilizadas. Un papá que da el pecho, una mamá que usa calzoncillos, crean otra dinámica de interacción para una niña que naturalmente va asumiendo las peculiaridades de su casa. Al fin y al cabo, son una familia.

Valery no era como esos niños adoptados por parejas de homosexuales que la Iglesia considera amenazados por no tener una familia como Dios manda. No, ella no tenía dos mamás y dos papás. Tenía un modelo femenino y uno masculino. Tenía un papá y una mamá. Esta familia no renuncia a un futuro. Acuna, como cualquier otra, un proyecto que hace pensar en la educación y el crecimiento de la niña:

Amelia cree que Valery llevará muy bien que su papá sea un «cabro» y su mamá una «machona». Pero espera que de adulta sea una chica femenina por su propio bien. Ella le propone unas zapatillas y Valery escoge los zapatos de la Barbie (2012).

La travesía de Wiener por el mundo de la crónica está marcada por la elección de temas considerados marginales, que rozan con el tabú. Hay una constante revelación de la cara oculta de las prácticas políticamente inaceptadas e incorrectas. ‘Dame el tuyo, toma el mío’ (2004) es uno de sus textos más conocidos. En este relato, publicado por primera vez en Etiqueta Negra, Wiener cuenta su incursión en un club swinger, es decir, de intercambio de parejas. Normalmente, el periodista observa, entrevista y consulta todas las fuentes que necesita para construir la crónica. Pero Wiener se involucra y forma parte de la escena; logra que su pareja J la acompañe y participe de este mundo aún desconocido para ellos: «Esta noche me dispongo a ser infiel con permiso de mi marido. La puerta del 6 & 9 es tan secreta que nos hemos pasado de largo dos veces».

La contribución de Wiener a la manera de hacer crónicas radica en mirar lo restringido y secreto, ingresar a un ámbito de pocos para observar y recoger que en este espacio se deben seguir ciertas reglas y códigos, que asumir esta «teatralidad» tiene estrecha relación con aquello que la española Beatriz Preciado desarrolla en el libro Testo Yonqui (2008):

La pornografía es la sexualidad transformada en espectáculo, en virtualidad, en información digital, o dicho de otro modo, en representación pública, donde «pública» implica directa o indirectamente comercializable. La pornografía reúne las mismas características de la industria cultural: virtuosismo, posibilidad de reproducción técnica —transformación digital, difusión audiovisual y teatralización—. La única diferencia, por el momento, es su estatuto underground.